Este cuento corto data del año 2009, cuando tenía 17 años. Me sorprendió muchísimo releerlo y, es más: redescubrilo. Recordé cómo, al escribir, mi principal objetivo siempre era sorprender. No escribir la típica historia trillada y de final feliz, sino: narrar la vida como es, donde nunca hay un final y donde no todo es lo que parece. Ahora, el relato:
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-Es hora de empezar la clase-, dijo Luis enérgicamente mientras entraba al aula.
Sus pasos sonaban fuertemente contra el suelo del salón.
Una voz contestó de inmediato a su oración inicial:
-¿Qué veremos hoy profesor?,-preguntó Jaime, el niño que siempre se sentaba al frente, el niño al que todos los demás odiaban a veces, y necesitaban otras tantas más.
<<¡Que niño tan pesado!, -se dijo Sofía a sí misma.>> Y justo en ese momento el profesor respondió:
-Bueno, como tanto quieren saberlo… -Un murmullo de aburrimiento se extendió por las filas-. Ya, ya, el tema de hoy será sumamente divertido, ya lo verán. Pero antes: la tarea chicos.
Otro murmullo de aburrimiento se expandió entre los compañeros de Sofía mientras revolvían entre sus mochilas buscando el deber asignado.
-Arreglen su tarea y… -pensó por un instante el profesor-. Sofía, tú te encargarás de recogerla, ¿de acuerdo?
Pero, pasaron unos segundos y Sofía no respondía. Desde el momento en el que Luis mencionó su nombre se había quedado perpleja, como si alguien, o algo la hubiera golpeado.
-¿Sofía?, -preguntó de nuevo Luis rodeándola con un brazo-, ¿estás bien querida?
La niña se espabiló al instante y asintió. De inmediato empezó a recoger las tareas, como un ventarrón en plena tormenta.
<<Vaya si eso ha sido raro, -pensó Luis regresando a su escritorio.>>
Jaime se levantó al tiempo en el que Luis tomaba asiento y con una hoja en mano le preguntó:
-Licenciado, según el programa hoy tenemos que ver el significado de la constante pi, ¿verdad?
El profesor de matemática rió complacido.
-Así es Jaime, veo que te ha servido el programa bimestral.
-¡Claro que sí!, -respondió el niño contento-, ahora puedo estudiar lo que no se ha visto y venir preparado.
-¡Así se hace!, -exclamó Luis poniéndose de pie,- ¿Habéis visto chicos? Para eso les he dado el programa de clases, para que sepan qué veremos los días que vienen.
Pero, mientras el maestro explicaba lo importante de anticiparse a las clases, Sofía no podía dejar de pensar en el brazo que por un momento la había sujetado tan dulcemente.
Y la clase terminó, Luis se marchó a la siguiente sección pero, algo dentro de él le decía que había algo raro con Sofía, esa niña adorable que siempre se sentaba cerca del pizarrón. Para empeorar las cosas sus notas habían bajado demasiado el último bimestre; si seguía así tendría que hablar con sus padres, y esos momentos eran siempre incómodos para el joven maestro.
Los días transcurrieron con normalidad. Era hora de clase de nuevo así que Luis se dirigió al salón correspondiente.
La clase estaba casi vacía. Muchos aún no habían regresado del receso. El único que estaba ya en su lugar era Jaime, y otros niños que jugaban al Monopoly en un rincón del aula.
-Profe, -exclamó Jaime-, ¿ya es hora de clase?
-Aún no Jaime, -respondió Luis sonriendo-, faltan unos minutos.
<<¡Es que da gusto ver alumnos así de entusiastas!>>
-Mientras tanto, por qué no vienes a ver tus notas. –Le dijo al muchacho sacando su libro de calificaciones.
Jaime se acercó gustoso revisando los puntajes de sus tareas, parciales y reportes.
Mientras profesor y alumno comentaban lo que veían, una línea casi en blanco llamó la atención de Luis. De diez espacios para colocar punteos, Sofía solo tenía dos notas, y ambas bajas.
Esto era el colmo. Necesitaba hablar con ella de inmediato.
-Jaime, -le dijo al chico-, hazme el favor de llamar a Sofía, necesito hablar con ella.
Los ojos del niño se abrieron como platos.
-¿A Sofí, profe?
-Sí, a Sofía, -confirmó el maestro-, ándale, ve a llamarla.
-Es solo que… -El niño dudó por unos segundos.
<<Jaime no es así, -pensó Luis-, él obedece de inmediato. Aquí pasa algo.>>
Temiendo alguna desgracia o mala noticia preguntó:
-¿Sabes algo que yo no sepa?
Jaime dudó aún más.
-Si… si le digo, ¿promete no decir nada? –Preguntó en voz baja.
-Todo depende de qué tan grave sea, -respondió seguro el profesor-, ¿tú sabes por qué las notas de Sofía han bajado tanto?
-Es que… ella me dijo que no podía pensar bien.
-¿Que no podía pensar bien?, -preguntó extrañado Luis.
<<¿Y si la pobre niña tiene algún problema de aprendizaje?>>
-¡No me diga que no se había dado cuenta Licenciado!, -protestó Jaime.
Luis estaba cada vez más impaciente, y preocupado.
-¿Cuenta de qué?, anda, dime.
-De que Sofía está enamorada de usted.
Luis sintió un balde a agua bajando por su espalda.
-¿Enamorada?, ¡si podría ser mi hermana menor!
Jaime se asustó al ver la reacción de su profesor.
-Pues… es lo que ella me dijo, -respondió temeroso-, por eso no ha entregado sus tareas, porque quiere confesárselo y, lo escribe en su tarea para que usted lo lea pero, al final se arrepiente y no la entrega.
<<¡El gran poder de Dios!, ¿en qué rayos piensa esa niña?>>
-Entonces esa es la razón de sus bajas notas. –Dijo en voz baja el profesor.- Muy bien, lo entiendo… déjalo, no será necesario que la busques.
-Claro Licenciado. –Respondió el niño aliviado.
<<¡Pero si es solo una niña! –Se dijo a sí mismo mientras Jaime se alejaba. -¿Cómo se supone que maneje esto?>>
Y, entregado a este nuevo problema, la clase empezó, para luego terminar.
Luis necesitó de todo su tacto para hablar con Sofía. Fue amoroso pero firme. O al menos así lo creyó él.
La niña dijo entender que, aunque no es nada malo, o raro, sentir algo hacia alguien mayor, una relación de ese tipo era imposible de darse y prometió no tomar demasiado en serio lo que sentía, o creía sentir.
Jaime regresó a casa aliviado, se preparó para la universidad, donde estudiaba un postgrado y se marchó.
Sofía regresó a casa decepcionada, con miles de sentimientos encontrados y el estómago revuelto. Subió a su habitación, dejó sus cuadernos al pie de su cama y se desnudó, y allí, entre sábanas rosas se masturbó, como tantas otras veces lo había hecho ya, pensando en el profesor que acaba de rechazarla por creerla, todavía, una niña más.