domingo, 4 de febrero de 2024

Es hora de empezar la clase

Este cuento corto data del año 2009, cuando tenía 17 años. Me sorprendió muchísimo releerlo y, es más: redescubrilo. Recordé cómo, al escribir, mi principal objetivo siempre era sorprender. No escribir la típica historia trillada y de final feliz, sino: narrar la vida como es, donde nunca hay un final y donde no todo es lo que parece. Ahora, el relato:

______________________________

-Es hora de empezar la clase-, dijo Luis enérgicamente mientras entraba al aula.

Sus pasos sonaban fuertemente contra el suelo del salón.

Una voz contestó de inmediato a su oración inicial:

-¿Qué veremos hoy profesor?,-preguntó Jaime, el niño que siempre se sentaba al frente, el niño al que todos los demás odiaban a veces, y necesitaban otras tantas más.

<<¡Que niño tan pesado!, -se dijo Sofía a sí misma.>> Y justo en ese momento el profesor respondió:

-Bueno, como tanto quieren saberlo… -Un murmullo de aburrimiento se extendió por las filas-. Ya, ya, el tema de hoy será sumamente divertido, ya lo verán.  Pero antes: la tarea chicos.

Otro murmullo de aburrimiento se expandió entre los compañeros de Sofía mientras revolvían entre sus mochilas buscando el deber asignado.

-Arreglen su tarea y… -pensó por un instante el profesor-. Sofía, tú te encargarás de recogerla, ¿de acuerdo?

Pero, pasaron unos segundos y Sofía no respondía. Desde el momento en el que Luis mencionó su nombre se había quedado perpleja, como si alguien, o algo la hubiera golpeado.

-¿Sofía?, -preguntó de nuevo Luis rodeándola con un brazo-, ¿estás bien querida?

La niña se espabiló al instante y asintió. De inmediato empezó a recoger las tareas, como un ventarrón en plena tormenta.

<<Vaya si eso ha sido raro, -pensó Luis regresando a su escritorio.>>

Jaime se levantó al tiempo en el que Luis tomaba asiento y con una hoja en mano le preguntó:

-Licenciado, según el programa hoy tenemos que ver el significado de la constante pi, ¿verdad?

El profesor de matemática rió complacido.

-Así es Jaime, veo que te ha servido el programa bimestral.

-¡Claro que sí!, -respondió el niño contento-, ahora puedo estudiar lo que no se ha visto y venir preparado.

-¡Así se hace!, -exclamó Luis poniéndose de pie,- ¿Habéis visto chicos? Para eso les he dado el programa de clases, para que sepan qué veremos los días que vienen.

Pero, mientras el maestro explicaba lo importante de anticiparse a las clases, Sofía no podía dejar de pensar en el brazo que por un momento la había sujetado tan dulcemente.

Y la clase terminó, Luis se marchó a la siguiente sección pero, algo dentro de él le decía que había algo raro con Sofía, esa niña adorable que siempre se sentaba cerca del pizarrón. Para empeorar las cosas sus notas habían bajado demasiado el último bimestre; si seguía así tendría que hablar con sus padres, y esos momentos eran siempre incómodos para el joven maestro.


Los días transcurrieron con normalidad. Era hora de clase de nuevo así que Luis se dirigió al salón correspondiente.

La clase estaba casi vacía. Muchos aún no habían regresado del receso. El único que estaba ya en su lugar era Jaime, y otros niños que jugaban al Monopoly en un rincón del aula.

-Profe, -exclamó Jaime-, ¿ya es hora de clase?

-Aún no Jaime, -respondió Luis sonriendo-, faltan unos minutos.

<<¡Es que da gusto ver alumnos así de entusiastas!>>

-Mientras tanto, por qué no vienes a ver tus notas. –Le dijo al muchacho sacando su libro de calificaciones.

Jaime se acercó gustoso revisando los puntajes de sus tareas, parciales y reportes.

Mientras profesor y alumno comentaban lo que veían, una línea casi en blanco llamó la atención de Luis. De diez espacios para colocar punteos, Sofía solo tenía dos notas, y ambas bajas.

Esto era el colmo. Necesitaba hablar con ella de inmediato.

-Jaime, -le dijo al chico-, hazme el favor de llamar a Sofía, necesito hablar con ella.

Los ojos del niño se abrieron como platos.

-¿A Sofí, profe?

-Sí, a Sofía, -confirmó el maestro-, ándale, ve a llamarla.

-Es solo que… -El niño dudó por unos segundos.

<<Jaime no es así, -pensó Luis-, él obedece de inmediato. Aquí pasa algo.>>

Temiendo alguna desgracia o mala noticia preguntó:

-¿Sabes algo que yo no sepa?

Jaime dudó aún más.

-Si… si le digo, ¿promete no decir nada? –Preguntó en voz baja.

-Todo depende de qué tan grave sea, -respondió seguro el profesor-, ¿tú sabes por qué las notas de Sofía han bajado tanto?

-Es que… ella me dijo que no podía pensar bien.

-¿Que no podía pensar bien?, -preguntó extrañado Luis.

<<¿Y si la pobre niña tiene algún problema de aprendizaje?>>

-¡No me diga que no se había dado cuenta Licenciado!, -protestó Jaime.

Luis estaba cada vez más impaciente, y preocupado.

-¿Cuenta de qué?, anda, dime.

-De que Sofía está enamorada de usted.

Luis sintió un balde a agua bajando por su espalda.

-¿Enamorada?, ¡si podría ser mi hermana menor!

Jaime se asustó al ver la reacción de su profesor.

-Pues… es lo que ella me dijo, -respondió temeroso-, por eso no ha entregado sus tareas, porque quiere confesárselo y, lo escribe en su tarea para que usted lo lea pero, al final se arrepiente y no la entrega.

<<¡El gran poder de Dios!, ¿en qué rayos piensa esa niña?>>

-Entonces esa es la razón de sus bajas notas. –Dijo en voz baja el profesor.- Muy bien, lo entiendo… déjalo, no será necesario que la busques.

-Claro Licenciado. –Respondió el niño aliviado.

<<¡Pero si es solo una niña! –Se dijo a sí mismo mientras Jaime se alejaba. -¿Cómo se supone que maneje esto?>>

Y, entregado a este nuevo problema, la clase empezó, para luego terminar.


Luis necesitó de todo su tacto para hablar con Sofía. Fue amoroso pero firme. O al menos así lo creyó él.

La niña dijo entender que, aunque no es nada malo, o raro, sentir algo hacia alguien mayor, una relación de ese tipo era imposible de darse y prometió no tomar demasiado en serio lo que sentía, o creía sentir.

Jaime regresó a casa aliviado, se preparó para la universidad, donde estudiaba un postgrado y se marchó.

Sofía regresó a casa decepcionada, con miles de sentimientos encontrados y el estómago revuelto. Subió a su habitación, dejó sus cuadernos al pie de su cama y se desnudó, y allí, entre sábanas rosas se masturbó, como tantas otras veces lo había hecho ya, pensando en el profesor que acaba de rechazarla por creerla, todavía, una niña más.

jueves, 30 de enero de 2020

¿Cómo amar a alguien con depresión y/o ansiedad?

¿Has conocido a una hermosa persona pero te has enterado que sufre de depresión o ansiedad y temes iniciar una relación con ella? ¿Tu pareja ha desarrollado a lo largo de su relación alguna de estas dos enfermedades y se ha convertido en algo difícil de manejar y comprender?

Este artículo podría ayudarte. Sin embargo debo recalcar que tanto la depresión como la ansiedad  deben ser acompañadas de cerca por un médico junto a terapia para obtener resultados óptimos.

Una persona con alguno de estos trastornos se inclina a asumir que todos se van a ir. Tanto es así, que a veces son ellos los que arruinan la relación. La verdad es que luchan contra algo que no pueden controlar, luchan con una sensación de inseguridad dentro de sí mismos cuando se trata de relaciones. Saben que es difícil y no quieren cargarte con sus pensamientos y preocupaciones irracionales. Así que en vez de eso, se alejan antes de que tengas la oportunidad de dejarlos; pero, ten la seguridad de que aún con todo lo complicado que pueda ser o parecer, definitivamente vale la pena luchar por ellos.

Puede haber peleas estúpidas de escenarios que han creado en su propia cabeza. Sin embargo la razón por la que vale la pena quedarse a su lado y por lo que las personas más duras suelen hacerlo es porque si puedes acompañarlos a través de esto, volverán a ti diez veces más.

Decirles que “está bien”, nunca está de más, puede detener pensamientos dentro de su cabeza. A veces sólo tienes que estar cuando saltan del punto A al punto B, aunque no sepas cómo llegaron ahí. A veces no existe un miedo tangible que les preocupe en el futuro, pero la ansiedad sigue.

No les digas que están exagerando, porque para ti podría parecer irracional, pero a ellos los puede mantener despiertos toda la noche. Tal vez te despierten a las 3 a.m. mientras giran en la cama intentando dormir; sólo mantente cerca hasta que el cansancio (mental) los venza.

A veces responderán los mensajes vergonzosamente rápido, a veces no querrán contestar, ayuda que lo entiendas. Ayuda también cuando les dices: “no puedo hablar ahora, te enviaré un mensaje más tarde”. El silencio mata a cualquiera con ansiedad, crea problemas en sus mentes que no existen...

No te enfades si envían muchos mensajes, podrías encender tu teléfono y ver doce mensajes de ellos, quizás todos queriendo saber cómo estás. No es que estén tratando de ser molestos, sino que se preocupan demasiado, lo cual terminará en disculpas innecesarias añadiendo más estrés a sus vidas.

A veces no están dispuestos a salir y es posible que cancelen en el último minuto o se vayan demasiado pronto, no te sientas culpable ni tengas la obligación de irte. Lo intentaron de verdad, pero no pudieron controlarlo (o quisieron evitar el alcohol para sentirse cómodos).

Son personas que suelen disculparse muy seguido, acepta sus disculpas, aunque no las entiendas. Pueden disculparse por una noche que salió mal, por haber enviado muchos mensajes, por decir o hacer algo que sentiste incorrecto. Al ser muy observadores, se darán cuenta del más mínimo cambio en ti y, antes de que puedas molestarte por algo, se disculparán por ello. Ayúdalos cuando puedas hacerlo, pero ten en cuenta que pueden no pedir ayuda porque están acostumbrados a lidiar con esas cosas por su cuenta. Y en esos momentos en los que parece que se van a desmoronar y romper, sólo hay que sujetarlos fuerte. Así es: los abrazos siempre serán tus mejores aliados.

Una vez que entiendan que pueden confiar en ti, empezarán a amarte increíblemente fuerte. Es posible que se abrumen cuando no completen las cosas que tenían por hacer, cuando cambien los planes ya hechos o cuando no les contestes, pero si hay algo en lo que son buenos es en dar amor.

Si hay algo en lo que son fuertes, es en su capacidad de mostrarte cuánto te adoran y te aprecian. Puede que les lleve un tiempo confiar en ti, pero una vez que lo hagan su capacidad de amarte te llenará tanto que no querrás dejarlos ir.

martes, 2 de julio de 2019

El inicio de un Sueño

Corría el año 3256, la humanidad se las ha arreglado para viajar por las estrellas.

El esfuerzo ha sido sobrehumano pero necesario; era ya imposible seguir viviendo en la tierra.

En uno de estos rincones la humanidad se ha asentado con éxito. Las transmisiones entre planetas se han limitado a una hora de tiempo real. Esto quiere decir que el ser humano en la parte más lejana de este lugar del espacio solo tendría que esperar una hora para escuchar la respuesta a sus consultas.

Lo han llamado: "la hora dorada".

Y es en uno de los tantos asteroides - residencia de este sistema solar que inicia este cuento.

Una niña: Daniela Gentian corría por su casa. La gravedad era un ochenta por ciento de la terrestre, así que aunque Daniela tenía diez años parecía de quince.

Su vida transcurría entre sus mayordomos y mucamas. Humanos todos. Aunque muy bien podrían ser robots.

Pero no, los Gentians no eran personas que se fiaran de los robots. No después de la última gran guerra en la que su familia había jugado un papel importantísimo y vital.

La creación de clones. Ese era el negocio familiar. Negocio que después de la guerra había menguado.

Las implicaciones morales empezaron a hacer mella en los habitantes de la hora dorada: "¿es justo clonar a un ser humano completo e inteligente solo para que sea esclavo de otros?"

Así que la familia Gentian. Anteriormente multimillonaria era ahora solo millonaria. Crear un hábitat alejado para los suyos había costado una completa fortuna; pero todo era poco si se pensaba en la seguridad y resguardo de su heredera: Daniela.

Los Gentian tenían tres hijas. Y Daniela era la segunda. Sin embargo era la heredera por una simple y sencilla razón: era la más inteligente.

En este futuro lejano se premiaba la inteligencia y la sabiduría. No la primogenitura.

El solo mencionar esa palabra: "primogenitura" era muy mal visto. Traía a la memoria incontables catástrofes de una civilización humana atrasada e ignorante.

A pesar de sus 10 años Daniela demostraba una madurez superior. Sus preguntas hacían sufrir a sus mucamas y mayordomos y eran el tormento de su hermana mayor.

Esta última era la vergüenza de la familia. Interesada únicamente en los shows de moda y espectáculos que abundaban en las trasmisiones inalámbricas a lo largo de la hora dorada, no se preocupaba por el negocio de la familia o las implicaciones que habían tenido en la guerra.

"Es la burla", se sorprendió diciendo a sí misma Daniela cuando, en uno de sus tantos recorridos por su enorme casa sorprendió a Melania besándose con un clon. "Usaré esto en su contra más tarde", pensó atinadamente antes de seguir ensimismada en sus pensamientos.

Los padres Gentian tenían sobre su espalda el peso de la guerra. Peso que los ahogaba cada día más.

Necesitaban aliados. Así que aún en contra de lo que deseaban tuvieron que aceptar aliarse con sus antiguos rivales en la guerra: los Marcel.

Ambas familias habían aportado los millones de guerreros que se hicieron necesarios doscientos años antes en la gran guerra del atardecer. Los Gentians proporcionaron los clones. Seres humanos creados para morir. Con los recuerdos y experiencias de combate de sus hermanos fallecidos. ¿Para qué entrenar un ejército si puedes crear uno?

Los Marcel, por el contrario, eran expertos en la fabricación de robots. Y crearon millones para la guerra. 

La guerra terminó y ganó el bando que apoyaba la familia Gentian. Así es: ganaron. Pero esto último era solo teoría.

Después de la guerra y del dilema moral de tener o no clones por ahí el negocio familiar empezó a morir. Mientras que la familia Marcel con sus robots intuitivos y casi humanos fueron el nuevo auge comercial. Crecieron tanto económicamente que eran dueños de tres asteroides y de un planeta enano.

Era necesario aliarse con ellos.

Así que en contra de todos sus instintos empezaron a aceptar visitas en su residencia.

La familia Marcel era amiga ahora, y debía ser tratada como tal.

Y fue en una de esas visitas que Daniela, curiosa como era, se aventuró al puerto de entrada atraída por la novedosa nave espacial Marcel.

Se acercó tanto. Con miedo. Hasta descubrir en la puerta a dos robots guardianes de aspecto intimidante.

A punto de irse observó a un niño en la misma ventana de la nave. Tendría su misma edad. Marcel, seguramente. Como sus padres que en ese mismo instante discutía con los suyos tratados comerciales y alianzas.

Después de varias visitas dejaron al niño bajar de la nave. Y fue allí donde Daniela logró conocerlo.

Se trataba de Víctor Marcel. El heredero de todo lo que su familia poseía. Incluyendo alianzas y pactos comerciales a lo largo de la hora dorada y del sistema inicial.

Daniela, intuitiva como era, supuso que sus previos encuentros no habían sido coincidencia. No. Detrás de ellos, siempre a la distancia, se encontraban las tramas y enrollos de sus padres.

Sin embargo... era la primera vez que podía hablar con alguien ajeno a su familia y a sus fastidiosas hermanas. Hablar con alguien que no fuera un servil clon. Y no iba a desaprovechar la oportunidad.

Las pláticas iniciales trataban sobre sus hogares. Tan diferentes entre sí. Los juguetes de moda, la política de la hora dorada y las posibilidades para nuevas ramas investigativas.

Ambos niños eran dignos representantes de sus hogares.

Con el pasar del tiempo los dos crecieron y, coincidentemente, sin haberse puesto de acuerdo, detuvieron sus procesos químicos y genéticos que los mantenían en la niñez a pesar de sus veinte años de edad real.

Eran amigos, se querían mucho. Y sí, empezaba a surgir entre ellos algo más que amistad.

Por eso fue tan doloroso cuando no pudieron verse más.

El Supremo Dirigente de la hora dorada entró en conflicto con su consejero más cercano y estalló una nueva guerra.

Los jóvenes trataron de mantenerse en contacto pero las trasmisiones entre sus hogares estaban cortadas. Bloqueadas por gigantescos emisores de ondas electromagnéticas.

La guerra duró diez años. Tiempo durante el cual Daniela y Víctor estuvieron separados por millones de kilómetros de vacío espacial.

Al principio Daniela usaba clones para enviar mensajes. Pero estos eran interceptados la mayoría de veces y torturados hasta morir.

Lo mismo pasaba con Víctor. Así que después de un último mensaje entre ambos: "sobreviviremos" desistieron de intentar comunicarse-

Aunque la guerra duró solo diez años las implicaciones de esta duraron mucho más.

Cuarenta años después de iniciada la guerra del anochecer (nombre que le fue dado después) todas las casas principales se reunieron para firmar la paz gracias a la intervención de los combinados: nombre que se les daba a los seres humanos que eran más robots que humanos y que usaban la razón como ninguna otra facción humana en el pasado.

Sin embargo los combinados sabían que era imposible alcanzar la verdadera paz sin justicia. Así que se procedió a juzgar a los implicados en la guerra del anochecer.

Casi el noventa por ciento de los participantes. Incluyendo a los padres Gentian y Marcel fueron condenados a muerte y ejecutados en vivo por cadena interplanetaria.

La guerra había terminado.

De la nada Daniela y Víctor eran los jefes de sus respectivas casas, y a pesar de la tristeza por la muerte de sus padres, lo primero que hicieron al recibir la autoridad sobre sus familias fue viajar a máxima velocidad uno a los brazos de otro.

Se besaron muchas veces, hicieron el amor muchas más, y juntos prometieron ante el consejo humano y combinado no utilizar jamás la tecnología de sus casas para el mal.

Ahora se dedicarían a lo que siempre habían deseado: la investigación. Lo analizaron durante muchos años y trascendieron sus planes. Planes que fueron aplaudidos por la entera hora dorada.

Financiaron el trabajo del Clan Vivendi, especialista en genética de longevidad y juntos lograron alargar la vida del ser humano muchísimo más.

Víctor y Daniela trabajaron duro para crear naves que alcanzaran las estrellas en menos tiempo y en perfeccionar el sueño criogénico para poder dormir sin envejecer a través de largas distancias.

Y fue así como ambos empezaron a cumplir su sueño: recorrer la galaxia. Investigando. Llevando tecnología de vanguardia y soluciones a otras facciones humanas alejadas.

Se crearon mil naves con la capacidad de alcanzar un noventa y nueve por ciento de la velocidad de la luz (después de una aceleración continuada de una gravedad durante varios meses) y se establecieron circuitos que eventualmente las llevarían a, en conjunto, recorrer y comprender toda la galaxia.

Víctor y Daniela se sometieron a los tratamientos de longevidad del Clan Vivendi y se casaron a la manera de la hora dorada: inyectando una parte del material genético de uno en el otro para unirse no solo en matrimonio sino también en cuerpo y alma.

Luego, usando lo que restaba del dinero de ambas familias, se clonaron a sí mismos mil veces. De manera que en cada nave fuera un Víctor y una Daniela a bordo.

Después de cien mil años todas las naves se reunirían para intercambiar experiencias, información y tesoros. Y así volverían a partir, para continuar su sueño: investigar y amarse, hasta el final de los tiempos.

Ahí afuera no estarían solos. Jamás. Sin importar las distancias. Cada uno en su nave. Y sabiendo que más allá, en la inmensidad del espacio, viajaban otros como ellos, con los mismos sentimientos e ideas, mejorando no sólo la hora dorada sino también la galaxia entera. 


jueves, 14 de mayo de 2015

20 de mayo


-¿Qué lees? –Preguntó, mientras casi involuntariamente apartaba un mechón de cabello de su frente.
-¿Qué lees? –Dijo, quizás sin saber que algo tan simple acabaría cambiándole la vida. Sí. La vida entera.

Y es así como inició todo. Del interés inicial a la admiración. De la admiración al amor. Del amor al… dolor. Claro. Dolor. ¿Qué esperabas? ¿Que se casaran, tuvieran hijos y vivieran siempre en paz y armonía? Si ese es el caso déjame decirte algo: sufrirás muchísimo en esta vida.


Hubo dolor. Claro. Pero no cualquier dolor. No. Fue algo atroz, brutal. Como el que sentiría alguien a quien le arrancaran las entrañas en vida para luego obligarlo a comérselas hirviendo. Nuestro dolor.

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-¿Qué haces? -Podrías perfectamente preguntar ahora.
-¿Qué haces? -Me susurrarías al oído mientras espías por sobre mi hombro como tantas otras veces.

Veces ya lejanas. Tan lejanas que de hecho parecen un sueño. Imágenes que, lastimosamente para ambos, son imposibles de borrar.

-¿Qué haces? -¿Es necesario que te lo diga? Te extraño. Eso hago.

Juzgaste tantos de estos relatos (algunos aún sin publicar) que prácticamente perdí la cuenta. Y no, no te respondí. Y tu sabes el porqué.

Te odio por lo que hiciste. Al menos en parte. Teníamos un trato. No contactarnos, por ningún medio, nunca jamás. Y lo rompiste.

¿Crees acaso que yo no quería hacer lo mismo? ¿Llamarte? ¿Oír tu voz al menos unos segundos? ¿Correr a buscarte y abrazarte tan fuerte que doliera? Lo quería, ciertamente. Pero nos prometí lo contrario. Es necesario, para ambos, seguir adelante.

Te amo, lo sabes, siempre lo supiste y lo seguirás sabiendo. Y si escribo esto acá es porque sé que lo leerás. Sé feliz querida. Inténtalo, al menos. No debería resultarte muy difícil. Lo sé.

¿Que qué haré ese día en particular? No lo sé aún. Llevo tantas semanas limpio que es casi tentador pasar una noche de verdadera fiesta.

¿Que si te responderé algún día? Claro que sí. Siempre lo hago.

Y mientras tanto... "nadie dijo que esto iba a ser fácil, pero estaré a tu lado cuando lo imposible se levante." Y... vamos, tu te sabes el resto.

sábado, 28 de marzo de 2015

El cuento de Ellete


En una lejana y alta montaña, rodeada de nubes, de sol y de miel vivía una colonia de hadas mágicas de todos colores.

Eran pequeñas, del tamaño de un pulgar, y hermosas como la mismísima luna llena. Eran tan hermosas que todo aquel que las miraba deseaba, desde el fondo de su corazón, arrancarse los ojos de raíz, porque sabía que después de haberlas visto nada en esta tierra le parecería bonito jamás.

La más linda de todas ellas se llamaba Ellete. Trabajaba arduamente a cargo de todas las demás. Iba y venía cual abeja educando a las hadas más jóvenes, ayudándolas a comprender el mundo y a evitar los peligros que rodeaban su pacífico hogar.

Un día, sin embargo, desde una montaña nublada, apareció por los alrededores una extraña criatura. Oscura y perversa como las sombras de la noche su sola presencia bastó para enfermar a todas las hadas impidiéndoles trabajar.

Ellete estaba preocupada. Era demasiado pequeña para pelear con la bestia, y demasiado frágil para acercarse a ella sin enfermar aún más. 

Había algo oscuro y siniestro en Fe, el monstruo de nuestra historia.

Desde pequeño Fe había hallado placer en la maldad. Había competido con sus dos hermanos gemelos y los había derrotado. Se volvió tan poderoso que, en algún punto del tiempo creó seres pensantes con los que se entretenía haciéndolos pelear y morir. Era la maldad personificada, sí señor. 

Pero, ¿qué estaba haciendo allí? Esa misma pregunta se hizo Ellete; así que, arriesgándose a desfallecer se acercó a la negra criatura y, de pronto, en un resplandor de conocimiento lo notó: a pesar de toda su fuerza Fe estaba completamente solo.

Milenios de maldad lo habían cansado, ahora solo deseaba morir. 

Ellete se acercó a él y con algo de temor le ofreció su ayuda. Le dijo que, si lo deseaba, ella cargaría su pesada condena. Sí, ella cargaría con esa maldad.

Fe, traicionándose a sí mismo, pero aburrido de su propia existencia aceptó. Pensó que al dejar ir toda su fuerza por fin descansaría en paz pero, sorprendentemente no fue así… 

Ellete absorbió todo lo que él tenía dejándolo en su forma original, como un joven monstruo ni muy malo ni muy bueno, como era originalmente. Ella sin embargo creció, creció tanto que, de pronto, no era el hada inocente del inicio con el tamaño de un pulgar. Creció y sus piernas se alargaron, sus ojos se expandieron y su cabello la rodeó.

Aquello no tenía sentido para ambos. ¿Qué había pasado con la maldad de Fe? ¿A dónde había ido? Seguía ahí. Ciertamente. Quedó dentro de Ellete, simplemente no se notaba. “¿Y eso?”, te preguntarás. Pues, nada más sencillo: ni aún la maldad más terrible pudo derrotar los ojos encantadores de nuestra hada. Ni aún la oscuridad más profunda pudo contra su rostro angelical.

¿Qué pasó con la maldad entonces? Se unió a ella haciéndola agridulce. Malvada pero bella. Impredecible y a la vez bondadosa. Algo difícil de comprender.

Hay quienes dicen que Ellete es, de hecho, la antecesora de toda mujer. La primera Diosa de los tiempos.

Ellete y Fe se quisieron desde entonces y la paz regresó a la colonia. No, Fe ya no estaba solo y sí, ahora estaba completamente feliz. Al menos al inicio.





Este cuento es la continuación de "El cuento de Fe" publicado originalmente en octubre del 2013.

Diferencia de poderes


-Me gustas, ¿sabes? -Le dijo sonrojándose.
Lo dejó ir tan pronto lo sintió. Sin importarle la respuesta. Sin importarle absolutamente nada más que quitarse ese terrible peso de encima.
Pero debió quedárselo. Ohhh, vaya si debió quedárselo. Para ella. Para conservar su poder. Para no quedar así, indefensa. Vulnerable. Tan vulnerable.

¿Pagó por su error? ¡Vaya que sí! Con el tiempo.
¿Aprendió de él? Podría ser. Sería de preguntarle. Claro, si se logra hacerla hablar y recoger sus pedazos rotos del piso de ese viejo café.


“Todo en la vida trata sobre sexo, excepto el sexo… el sexo trata sobre el poder.” - Oscar Wilde

miércoles, 4 de marzo de 2015

16

-¿Por qué haces esto?- Preguntó jadeando mientras alejaba su rostro del de ella.
-Porque... se me antoja.- Respondió atrayéndolo de vuelta y pegando sus pechos contra su torso.

La sensación era gloriosa. Casi celestial. Tenía ese gusto a vainilla, a fresas, a pecado.

<<Si esto está mal, ¿por qué rayos se siente tan bien?>> Se dijo a sí mismo casi automáticamente. Automaticamente porque todas sus funciones primarias estaban centradas en lo que tenía ahora mismo frente a él. En ella. En su cintura, en sus caderas, en esos pechos agolpados con furia contra él. En su lengua que ahora mismo lo acariciaba como a un odiado rival.

Sin embargo el miedo, otra función primaria ganaba terreno también con cada segundo que pasaba. Miedo a que los descubrieran. Miedo a las repercusiones. Miedo a tener que parar.

Sus manos se deslizaron bruscamente debajo de su playera buscándole el pecho mientras él la atraía aún con más fuerza hacia su cuerpo sujetándole la parte baja de la espalda.

Era demasiado. No podía seguir. No sin arriesgarse a tener que llevar el entero ritual hasta el final. De manera que con todo el dolor de su alma la alejó nuevamente diciéndole: -Es suficiente. Alguien nos verá.

La tomó de la mano y empezó a caminar mientras ella se colocaba gracilmente a su lado y se recostaba levemente sobre él.

Esa proximidad. Ese fuego. Esa delicada mano aún húmeda y caliente que lo sujetaba con fuerza y esos ojos, <<¡Dios! Esos ojos>>, hicieron que, de repente, el mundo entero pareciera un lugar infinitamente mejor. Como si el mismísimo espacio-tiempo se modificara justo a su alrededor lo necesario para que pudieran ocultar lo que sentían.

¿Que si duraría? ¡Por supuesto que no! Pero eso era algo que ya ambos sabían muy bien. ¿Que si era un amor prohibido? Absolutamente. Lo era y lo seguiría siendo. Pero era eso lo que lo hacía aún mejor.

De momento quedaba disfrutarlo, ocultarlo, mentir. Ya habría tiempo para lamentarse después. Ohhh, vaya si habría tiempo.

miércoles, 2 de julio de 2014

Nada (Relato Corto)


Tenía que escribir algo. Lo sabía. Lo había prometido. Pero entonces, ¿qué rayos hacía en ese lugar?

Las luces no lo dejaban concentrarse y la música a todo volumen menos. Martin Garrix sonaba en ese momento en la pista de baile, un nivel más abajo, haciendo que todos soltaran al unísono un: “ohhhhh” de aprobación.

-Si sigo aquí no podré terminar a tiempo.- Se convenció. Así que, en contra de sus instintos danzantes se resolvió a irse tan pronto terminara el vodka que estaba tomando.

Ricardo, así se llamaba, era todo un intelectual. O al menos de esa manera lo veían los demás. Alto, de complexión fuerte y con un cabello cuidadosamente descuidado tenía esa apariencia que hacía que, a cualquier lugar al que fuera, la gente pensara que era un experto en lo que hacía y decía. Por ejemplo, cuando iba a una galería de arte o a una exhibición fotográfica criticaba con soltura, tacto y humor, lo que hacía que incluso los mismos artistas creyeran que estaban hablando con una reencarnación de Picasso, o con un segundo Miguel Ángel. Y lo mismo puede decirse de todos los eventos a los que asistía. Sin importar lo que hiciera: cantar, bailar, discursar o debatir, parecía que Ricardo lo sabía todo y que había nacido para esa precisa actividad.

Era entonces de suponer que no le fuera nada mal con las mujeres

De hecho, hasta la noche que narramos en este instante, Ricardo había tenido más de 300 relaciones amorosas de poco más de un mes de duración cada una. Y cientos de, como dicen los estadounidenses: “one night stand” sin que pesaran de forma alguna en su conciencia.

-“He dejado atrás la culpa.”- Se jactó una vez al enviar un tuit al universo cibernético.

Según él, no servía para largas relaciones, por lo que evitaba hacer promesas que luego tendría que romper, tales como: “siempre estaré contigo” o el típico “nunca te dejaré”. Sin embargo, a pesar de afirmar que vivía sin culpa y sin remordimientos, esta no era más que una mentira, una de tantas que envolvían su ser, como un amante a su pareja antes del último amanecer.

Sí, ninguna relación pesaba sobre su mente individualmente, pero sí que pesaban colectivamente. Saber que había causado tanto daño hacía que muchas veces se deprimiera y que, inconscientemente, buscara lugares ruidosos, con mucha gente, donde no pudiera ensimismarse en sus sentimientos.

Tenemos, pues, a alguien que es capaz de ver el daño que causa en los demás, pero no los rostros que se acongojan. Lo irónico es que Ricardo, aunque veía claramente el problema, tan claro como el primer haz de luz que se cuela en una habitación oscura, no podía hacer nada para cambiarlo. Al menos no sin ayuda.

Todas esas noches cuando sin saberlo trataba de evadirse de la realidad, terminaba muchas veces seduciendo a alguna otra chica de la que al cabo de una noche, o si mucho de unas semanas, terminaría hartándose hasta la desesperación. Era pues un eterno circulo vicioso.

Esta noche en particular, a pesar de tener ganas de entablar pláticas, decidió irse a casa. Se despidió del bar-tender, no sin antes dejarle una propina, para luego bajar las gradas que lo dejarían frente a frente con el frío de la noche. Y fue en ese preciso instante que las palabras de su ex novia, y también mejor amiga, resonaron en su cabeza:

-“No eres más que un charlatán Ricardo. Si, tú sabes… como el pajarillo. Comes de todo un poco. No te decides por nada. Así es. Sabes de todo un poco, pero al final cariño, no eres, ni serás, especialista en absolutamente nada”.

Y, sin saber por qué, porque Veira no había querido insultarlo con sus palabras, estas seguían taladrándole los oídos como un molesto abejorro endemoniado. Nunca paraban. Solo cuando leía, cuando hacía el amor y cuando bailaba.

-“[…] en absolutamente nada”.
-“[…] absolutamente nada”.
-“[…] nada”.

Caminó hacia su auto, cabizbajo, con las manos en los bolsillos y con el sonido de la música sonando a lo lejos.

-¿Pero qué rayos hago en este lugar?- Se preguntó con desesperación. -Tengo que escribir algo.- Se repitió.- Lo sé. Lo he prometido.

Y de pronto, al tiempo en que los faros de un auto lo encandilaban para luego perderse en la oscuridad, Ricardo experimentó la más grande soledad que hubiera sentido jamás y, como aquel que se sabe culpable de sus castigos, se limitó a levantar brevemente la vista hacia su pequeño carro, unos metros más adelante. Nadie lo esperaba en casa. Nadie se alegraría de verlo al llegar. Nadie notaría si, de pronto, desapareciera de este mundo. Al menos no por algunos días. Así que, sintiéndose destrozado, pero orgulloso de acarrear en silencio su dolor, se subió al vehículo, lo encendió y se marchó.

Y fue esa noche, en el camino de vuelta, cuando la escuchó por primera vez. La primera y la última. Una voz sepulcral, fría y monótona que, como quien cuenta un secreto, le susurró desde el asiento trasero: -Tenía razón Ricardo. No eres absolutamente nada.


Una aguda risa envolvió el ambiente mientras la luz de los faros era lentamente engullida por la penumbra y el auto, Ricardo y Jacky se perdían para siempre jamás…

domingo, 29 de junio de 2014

Sputnik, mi amor


"Habría sido mejor que lo hubiese advertido de buen principio, claro está, y es que yo estaba enamorado de Sumire. Desde la primera vez que intercambiamos unas palabras me sentí fuertemente atraído hacia ella y, poco a poco, esa atracción fue mudando hacia un sentimiento sin retorno. Para mí, durante mucho tiempo, solo existió ella. Como es natural, intenté confesarle mis sentimientos. Pero ante ella, no sé por qué razón, era incapaz de traducir mis sentimientos en las palabras justas. En resumidas cuentas, quizás haya sido mejor así. De haberle podido manifestar mis sentimientos, seguro que no me habría tomado en serio."

"Mientras mantenía con Sumire una relación de <<amistad>>, salí con dos o tres chicas. (No es que no recuerde el número. Serían, según se cuenten, dos o tres.) Si incluimos a las chicas con las que sólo me acosté una o dos veces, la lista se alarga un poco más. Mientras pegaba mi cuerpo al de esas chicas, pensaba a menudo en Sumire. Porque, en algún rincón de mi mente, su imagen siempre estaba más o menos presente. Incluso soñaba que, en realidad, era a ella a quien tenía entre mis brazos. Todo esto no era muy normal, evidentemente. Pero en vez de pensar en si era correcto o no, lo cierto es que no podía evitarlo." 



Extracto del libro, escrito por Haruki Murakami

martes, 17 de junio de 2014

La noche apenas comienza (+12)


Le molestaba la sensación de esa vieja alfombra en sus pies descalzos.

<<Si se empapa, ¿podré limpiarla? –Se dijo a sí misma preocupada-. No quisiera que Jorge la viera así, tan… roja.>>

Y de pronto la furia la invadió. Cosa que sucedía muy a menudo. Tomó el cuchillo que descansaba en la mesa de la sala y se arrodilló frente al cadáver. <<¿Pero quién rayos es este sujeto? –Preguntó mientras observaba los profundos cortes en el abdomen-. ¿Es el mismo de anoche?>>

Y mientras se perdía en sus pensamientos hundió el arma unas cuantas veces más justo sobre la cadera del chico.

Había comprado ese cuchillo una semana antes. En Cemaco, sí, y le encantaba.

<<De carnicero, por favor. –Había dicho con una sonrisa mientras el encargado corría a hallar el adecuado.>> ¡Y vaya si lo había hallado! Era un arma temible. Medía más de 30 cm, de acero inoxidable, liviano y manejable. Justo lo que quería.

<<Y además es muy fácil de afilar señorita. –Había agregado el dependiente; orgulloso de sí mismo.>>

Para entonces el torso del cadáver era ya un amasijo de carne y sangre. Aún ella, toda fuerza como era, sitió arcadas de repente. No, ya no quería ver aquello. Así que se concentró en el rostro. Era un hermoso rostro. Simétrico y bien moldeado. Con los ojos aún abiertos parecía que el pobre aún estaba a medio orgasmo.

<<Al menos no sufrió. –Se consoló>>

- ¿O si lo hiciste querido? –Le susurró mientras acercaba la punta roja del cuchillo al rostro del joven para, paso seguido, introducir la punta en uno de los globos oculares. El sonido que hizo cuando reventó le causó un placer indescriptible. Un líquido sanguinoliento surgió de la córnea corriéndole por la mejilla.

Mónica, porque así se llamaba, se apresuró a lamerlo mientras cerraba los ojos, para luego buscar su boca e introducir en ella la lengua. La suya danzaba, la de él resistía.

Una sonrisa asomó a sus labios, como la de una chiquilla que planea una travesura. Tendría no más de 20 años. Alta y de grandes ojos azules; cualquiera diría que era la inocencia hecha mujer. <<Cualquiera que no me conozca.>>

- ¿Crees poder continuar querido? –Preguntó al cadáver mientras lo veía fijamente a la cara, ahora empapada de sangre-. Hay muchísimas cosas que aún podemos hacer, -agregó feliz-, ¿seguimos?

El joven mutilado permaneció silencioso, lo que pareció desesperarla.

-Tomaré eso como un sí –Susurró, recuperando su tono jovial.

Dejó el cuchillo a un lado mientras, sin dejar de verlo a los ojos, le desabrochaba el pantalón metiendo la mano en su interior. Apretó con fuerza y, mientras tomaba de nuevo su juguete filoso, le dijo: -La noche es joven lindo. Ohh, ¿qué dices? No, no, aún no puedes irte. Apenas estamos comenzando.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Al diablo todos (+12)


Relato ficticio.



Hacía un frío del demonio.

<<¡Maldita sea!, -dijo Yulia para sus adentros-, llevo dos horas acá y no hay modo que salga.>>

Se refería a Ana, claro.
Ana había sido una gran gimnasta, adorable hasta el extremo, trabajadora incansable y una excelente amiga.

<<Todo lo que yo nunca fui. –Pensó>>

Pero ahora el destino les había dado otra oportunidad. Una oportunidad de destacar.
Las chances de que ganaran medallas por su nuevo país eran escasas, sí, pero eran mayores que si elegían quedarse en Rusia.

<<Si es que nos aceptan. -Pensó>>

-Acá todas tienen su plaza dentro del equipo, y solo la soltarán si las matamos. –Dijo entre risas Ana una semana antes.- Pero, no tienes porqué ir Yulia, -añadió al ver la cara de tristeza que puso,- aunque, a mí me encantaría que lo hicieras.

Que una chica de su categoría le hablara con tanta familiaridad la hacía sentir especial. Así que, después de muchas lágrimas, Yulia había aceptado.

<<La despedida será lo peor, -se dijo a sí misma preocupada.>>

Tendría que explicar su decisión a la Federación, e incluso a las autoridades del gobierno. Rusia seguía siendo una nación muy patriota y que una chica decidiera cambiar su nacionalidad era poco más que un insulto.
Su teléfono sonó de repente haciendo que saltara del susto. Artem Loik, el rapero ucraniano, sonaba cada vez que alguien la llamaba.

<<Tendré que cambiarlo al rato, -se convenció.>>

Observó la pantalla y vio quién la llamaba: Vikuska.

<<¡No puede ser!>>

Pensó unos instantes si contestar o no. Pero al final se decidió.

-Diga.
-¡Yulia!, ¿eres tú?, -su voz sonaba preocupada.
-Sí, hola Vika. ¿Cómo estás?
-¿Cómo que cómo estoy?, ¿sabes de lo que me he enterado hoy? ¡Valentina está enojadísima! ¡Por favor, dime que no es cierto!
-Lo es Vikuska. No me queda nada acá. Lo sabes tan bien como yo…

Un sollozo atravesó la bocina.

>>Lo siento Vika, -añadió.
-¿Hay… algo que pueda hacer para que lo reconsideres?
-No, no lo hay. A menos que quieras matar a Valentina y a Mustafina. –Yulia río un poco.
-Lo pensaré, -respondió la chica un poco más tranquila. -Si sabes el lío que se te viene, ¿no?
-Lo sé.
-Entiendo. Te extrañaré Yulia. ¡Vaya si lo haré!
-Y yo a ti Vika. Te adoro.
-Lo bueno es que seguirás en el país, al menos por ahora.
-Sí, -dijo lanzando un suspiro,- eso es lo bueno. –Pero Yulia no estaba tan segura de que lo fuera.

Los minutos transcurrían con una lentitud exasperante. El reloj la observaba recriminador.

-¿Cómo te atreves a darle la espalda a tu patria?- Parecía decirle.

<<¡No quería hacerlo!, créeme, no quería>>

Las lágrimas asomaban a sus ojos cuando la puerta del despacho se abrió de repente haciendo que Yulia se espabilara de inmediato. Ana estaba frente a ella. A pesar de sus años seguía luciendo una piel encantadora.

-¿Y bien?- Le preguntó.

Sonrió de oreja a oreja.

-Aprobadas, -dijo, -ambas.

Las dos se abrazaron y rieron como el par de chiquillas que eran.

-¡Tendremos que preparar todo! –Le dijo Ana de repente sin dejar de sonreír.- Al fin, Yulia, -añadió,- tendremos nuestra oportunidad. –Sus ojos brillaban de felicidad.

-¡Lo sé!, lo he estado esperando con tanta ilusión que no sabía lo que haría cuando… -Ana la interrumpió con un beso que la hizo estremecer. Su lengua se movía dentro de su boca arrastrando a su paso un placer indescriptible. Sabía a victoria, sabía a derrota, sabía a… ¿traición? Muchos así lo dirían, sin duda. Pero por un solo instante se dejó llevar, entrecerrando los ojos mientras pensaba:

<<Al diablo todos. Ya somos Azerbaiyanas.>>

lunes, 14 de octubre de 2013

Mi nombre es Luis, y soy... (+18)

Llevaba veinte minutos sentado en la misma silla gris. En la misma posición. No había tenido oportunidad de levantarse para nada.

<<Al menos nadie me hecho preguntas, -se dijo.>>

Tenía veintidós años cumplidos, pero aparentaba tener treinta.

<<Maldita vida. Maldita psiquiatra. No sé quién me manda a hacerle caso.>>

Pero era obedecerle o arriesgarse a que se repitiera de nuevo. El solo pensarlo lo hizo estremecerse. 

El presidente de la sesión seguía hablando de experiencias del pasado y de un juego de futbol dominical.

<<¿Es que no piensa callarse? –Cuestionó molesto.- No sé quién me manda a hacerle caso.>>

El pecho empezó a dolerle. Allí, donde ni hacía dos meses había tenido alojada una bala calibre nueve milímetros.

La luz de la plataforma lo cegó un instante. Una lágrima asomó a su ojo derecho. Lo cerró de inmediato.

<<¿Qué rayos soy?, ¿una chica? Lo hizo y no puedo hacer nada. Lo merecía. Debe quedarse atrás.>>

Pero a pesar de todo le seguía doliendo el pectoral izquierdo. Palpitaba como un reloj descompuesto. El hombro. El cuello. El malestar no cesaba nunca.

<<Y para empeorarlo todo me pica el maldito brazo. -Dijo molesto.>>

Tenía vendada su extremidad menos hábil. Porque Luis, así se llamaba, era diestro. Una pequeña mancha de sangre asomaba tímida entre los vendajes del hombro. Del hombro contrario una venda más ancha sostenía su antebrazo a la altura de las costillas. El puño tocaba perfectamente el bíceps derecho.

Se rascó sobre los vendajes pero su situación no cambió mucho. Solo consiguió que el pecho le doliera más.

El presidente lo observó desde el atril por un instante.

<<¡Rayos!, me ha visto.>> Había tenido la esperanza de pasar desapercibido.

El hombre que hablaba carraspeó un poco. Tenía la voz recia y serena.

-Parece que tenemos un nuevo miembro, -dijo. Tratando de suavizar su tono,- ¿Te gustaría presentarte? –Preguntó.

No había nada que pudiera hacer.

<<Acabemos con esto>>, -pensó, poniéndose de pie.

Una chica dos asientos a su izquierda lo observó mientras se levantaba. Trató de verla mejor pero una aguja se clavó en su cuello cuando lo intentó. La había observado cuando llegó. Una rubia preciosa. Pechos generosos y cintura fina, como la de una estatua de porcelana.

<<Apuesto a que podría rodeársela con las manos. De no tener un brazo medio inútil, -se dijo amargado.>>

Todo el mundo lo observaba ahora. La vergüenza lo invadió. Se aclaró la garganta.

-Emmm. –Y las palabras no salían.- Buenas noches a todos, -dijo nervioso,- me llamo Luis y, es la primera vez que vengo.

Transcurrieron dos segundos en lo que le pareció una eternidad.

-¡Hola Luis! –Respondieron todos en la sala.

El presidente le sonrió, o al menos hizo el intento. <<Si esa es su sonrisa no quiero imaginarme sus demás gestos. –Pensó.>>

-Sed bienvenido amigo Luis. Será un placer conocerte y conversar contigo. –La voz del hombre resonó fuerte por las bocinas del techo,- Esa herida de tu pecho…

<<Aquí viene.>>

-Esa herida de tu pecho, ¿es por…? –El presidente no se animó a terminar la oración. Pero él sabía perfectamente lo que había querido decir.

-Sí. –Respondió,- Por eso mismo.


 Lo recordaba como si hubiera sido ayer.


Ricardo había sido su mejor amigo desde la infancia. Habían compartido todo, incluso una novia cuando ambos tenían siete. Crecieron aprendiendo juntos, uno del otro; trucos, estrategias, incluso mentiras.

Todo lo que llegaron a saber de mujeres se lo debían a las más sucias artimañas. El placer era el bien supremo, el compromiso su repelente. Pasaron toda la adolescencia, y parte de su vida adulta, buscando lo primero y evitando a toda costa lo segundo.

Hasta ese día…

Se lo habían prometido hacía mucho tiempo. Ninguno se daría por completo. A nadie. Jamás.

Pero ahí estaba Ricardo, frente a él. No se veían hacía meses. Desde que compró su apartamento a las afueras de la ciudad. A partir de entonces había evitado sus llamadas, no iba más a fiestas y había abandonado la vida de donjuán. Y hoy, al verlo con esa mirada idiota, idiota y avergonzada, Luis supo exactamente lo que estaba pasando.

-¿Cómo se llama la chica?- Preguntó directamente.

-Evangelina…- respondió, bajando la vista.

-Siempre supimos que este día llegaría, ¿no?- Al verlo supo que no había nada que se pudiera hacer. Estaba enamorado.

Cualquier otro amigo habría preguntado por la chica, pero no Luis. Le daba asco el romanticismo propio de los enamorados. Lo que deseaba era irse de allí, lo más pronto posible.

-Te invitaré a la boda,- le dijo Ricardo. Pero debió notar la mueca en la cara de Luis porque se apresuró a añadir: -Vamos, es mi boda, tienes que estar ahí.

-Claro, claro, ahí estaré,-respondió, fingiendo una sonrisa.


De modo que las semanas pasaron, como se suponía debían pasar.

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Era una noche de miércoles. Las sábanas se le pegaban al cuerpo desnudo. La luz titilaba amarillenta sobre la amplia cama.

Ahí estaba.

Tendido con las piernas ligeramente abiertas y la vista apuntando al techo.  Un techo color marfil.
Había pagado mucho más por esa habitación.

<<Quería que fuera especial, -se dijo.- Y ese fue mi primer error.>>

La cama crujió bajo el peso que soportaba. Una hermosa chica estaba arrodillada frente a él. Lamiéndole el miembro erguido.

Su niña. Su querida niña. Había tal abandono en su actitud que se notaba a leguas que no era la primera vez que lo hacía.

Las manos recorriendo cada espacio de su cuerpo. Sujetando, acariciando, retorciendo. Y de pronto sus labios lo envolvieron por completo. Su lengua lo presionó sin piedad en una interminable faena de placer.

Luis arqueó la espalda. Una descarga eléctrica recorrió su espina dorsal.

<<No lo soporto más. –Se dijo.>> Mientras se sentaba y levantaba el rostro de su pareja.

La tomó por los hombros y se abalanzó sobre ella, penetrándola. Sus ojos se cerraron. Los de ambos. Rodaron como enemigos. En una línea continua. Sincronizada entre brazos, piernas, jadeos, besos y suspiros. Hasta que el universo mismo explotó. O al menos así lo creyó él.

Descansaron entre tibias almohadas. Exhaustos. Cuando, de repente, alguien tocó a la puerta de la habitación.

-¿Pediste algo?, -inquirió la chica.

-No, nada. –Dijo Luis levantándose y buscando algo para cubrirse.

Se acercó a la puerta en silencio estirando los músculos de la espalda y preguntó:

-¿Quién es?

Pero no hubo ninguna respuesta. Se volvió extrañado a Evangelina, que lo miraba con ojos muy abiertos.

<<Ojos de miel.>>

Puso la mano en el pomo de la puerta y, antes de abrir, dudó un poco.

Debió haber dudado mucho más.

Las bisagras se expandieron abriendo la puerta. El aire golpeó su rostro y lo hizo cerrar un poco los ojos abriéndolos a tiempo para ver la silueta atlética de Ricardo, parado frente a él con el rostro indignado.

-¡Ricardo!, -gritó Luis-, puedo explicarlo, puedo expli…

Una detonación sacudió la habitación. Eva gritó mientras Luis caía en un remolino de dolor.

-Espera, por favor, -se oyó decir con esfuerzos mientras Ricardo entraba en la habitación con un arma en la mano-, no le hagas daño.

Tres explosiones más bastaron para responder a su petición.

En esas mismas sábanas, otrora ardientes, yacía un cuerpo muerto con los ojos medio abiertos.


Una amistad, una vida ajena, litros de sangre y su propia existencia… <<Todo echado a perder.>>


Pero no había nada que pudiera hacer. <<Al menos no para resolver el pasado. –Dijo suspirando.>>
Y ahora estaba en esa sala llena de gente como él.

El presidente de la sesión le sonrió, o al menos hizo el intento.

-Sed bienvenido amigo Luis. Será un placer conocerte y conversar contigo. –La voz del hombre resonó fuerte por las bocinas del techo,- Esa herida de tu pecho…

<<Aquí viene.>>

-Esa herida de tu pecho, ¿es por…? –El hombre no se animó a terminar la oración. Pero él sabía perfectamente lo que había querido decir.

-Sí. –Respondió,- Por eso mismo.

Se aclaró la garganta por segunda vez.


-Mi nombre es Luis Peña, tengo 22 años y… soy un adicto al sexo.




Relato basado en sucesos reales.
Se han cambiado los nombres.


domingo, 13 de octubre de 2013

El cuento de Fe

Al norte de un país, entre montañas nubladas, habitaban tres monstruos idénticos. Uno se llamaba Fa, el otro Fe, y el último Fu. Los tres eran terriblemente fuertes y competían uno con el otro en velocidad, astucia e inteligencia. Un día Fa dijo a los otros dos: “Este lugar dejó de ser divertido, vámonos, cada uno en una dirección y hagamos una nueva vida. Dentro de diez años encontrémonos de vuelta y veamos quién es mejor que los demás.” Fe y Fu estuvieron de acuerdo, de modo que salieron brincando en direcciones diferentes.

Esta es la historia de Fe, y de cómo quedó solo en el mundo.

Fa llegó a una aldea de pescadores. Estaba impresionado con los colores y aromas nuevos. Cuando intentó acercarse a saludar a uno de los habitantes del poblado este murió por la impresión de ver una criatura tan espantosa y terrible. ¡Fa estaba aún más emocionado! Era el ser más poderoso del lugar, los humanos no tenían oportunidad contra él. De modo que habitó en una cueva al norte de la aldea desde donde bajaba  ocasionalmente a la ciudad para comer y desgarrar la carne fresca de quién quiera que se le atravesara. 

Había hallado su felicidad.

Fu encontró una caravana de artistas que se dedicaban a entretener a reyes y príncipes. Estaba impresionado con sus luces y con su música. De modo que se unió a ellos e interpretaba el papel de bestia feroz, que se le daba muy bien, recibiendo aplausos en cada castillo que visitaban. Había hallado su felicidad.

En cuanto a Fe, este encontró una gran ciudad y le pareció increíble la cantidad de personas que viajaban, iban y venían, sin rumbo, pensando en sí mismas, perfeccionando su narcisismo. Intentó asustar a algunos, pero, nadie le puso atención. Mató a varios y los dejó desangrándose en el pavimento pero, nadie le puso atención. Fe estaba aburrido.

Un día, Fe estaba en lo alto de un edificio y, al ver hacia abajo vio a un hombre alto y de semblante serio. Al paso de este hombre todos se asombraban, a una palabra suya morían miles, no solo dos o tres. Fe estaba encantado con este hombre. Así que una noche entró en su habitación y le dijo: “Si quieres puedo hacerte más fuerte, solo tienes que pedirlo.” El hombre era codicioso, así que accedió.

Fe entró por su boca y se alojó en sus entrañas llenando todo su interior. Ya adentro, Fe conoció a la conciencia de este hombre; era minúscula, oscura e indiferente. De modo que la aplastó lentamente y la conciencia gritó de dolor, suplicando piedad. La conciencia le dijo a Fe todo lo que sabía del hombre y sus actos a cambio de sobrevivir, así que Fe escuchó con atención. 

Ahora Fe no estaba aburrido, había hallado a un monstruo mayor que él en astucia y crueldad.

Fe admiraba al hombre en el que vivía, lo admiraba tanto que un día, estirado en su interior, se preguntó qué pasaría si probaba su cerebro. Tomó un bocado y el hombre gritó. A Fe le encantó ese sabor negro y viscoso de modo que siguió comiendo. Y siguió y siguió, hasta que el hombre murió. Ahora Fe era ese hombre y podía hacer lo que quisiera, era listo y mejor aún, doblemente despiadado. Fe empezó a matar uno por uno a los habitantes de aquella gran ciudad. Millones murieron.

Al darse cuenta, la gente de ciudades y países vecinos acudieron a pelear en su contra. Sin embargo él se dio cuenta de que los grandes señores, que decían desaprobar la guerra y la muerte, en realidad veían en ella un gran negocio y sintió asco, de modo que los devoró también, volviéndose incluso más fuerte que al inicio.

Fe creció, se hizo más listo y sanguinario y, diez años después regresó al norte de su país de origen. Fa y Fu ya estaban allí. Al instante de verlos se dio cuenta de que, ya no eran iguales. Él era mejor, y ellos, conformistas. Demasiado estúpidos. De modo que los devoró también creciendo de tamaño considerablemente.


Pronto, el mundo no era suficiente para Fe. Pero él era astuto, de modo que, con su poder, creó a un par de niños y los colocó en un rincón de su patio trasero. Los niños crecieron y tuvieron más niños y estos a su vez más niños. Fe ya no estaba aburrido, tenía juguetes con los cuales jugar, carne fresca que destazar y sangre caliente para beber.  

No, no estaba aburrido, eso sí, estaba completamente solo.


lunes, 12 de agosto de 2013

Y ahí estaba

Y ahí estaba.

Después de tanto tiempo por fin la tenía frente a él.

<<¿Y ahora qué rayos le digo?, -pensó desesperado-, ¡no sé una maldita palabra en este idioma del demonio!>>

Los ojos de ella, enormes y expresivos, se paseaban por un periódico con total soltura, ignorando los pensamientos del chico sentado a solo unos metros.

<<Debo decirle algo, -se convenció-, la he admirado por tantos años, he recorrido medio mundo; no puedo acobardarme ahora.>>

Así que se levantó de pronto. Su corazón latía tan fuerte que por un momento pensó que atravesaría su camisa. Dio unos pasos y se plantó frente a ella. Era el tiempo de la verdad.

-Emmmm, disculpa... ¿eres tu...? -Las palabras murieron en su garganta.

Justo en ese momento Aliya levantó la vista hacia él, y, al nomás notar su presencia, y su inseguridad, le dedicó una mirada gélida, esa misma mirada por la que era tan famosa.

El sudor fluía sin parar. ¡No sabía qué decir! No lo sabía, ni lo sabría nunca.

Justo en ese momento ella se puso de pie. Dio media vuelta y se marchó.

Eso era todo. Todo para él. Después de semejante bienvenida no se atrevería a entrar al gimnasio ni a regresar nunca más.

<<¿Es que he venido aquí para nada?>> -Preguntó con lágrimas surgiendo de sus ojos.

Volvió la vista justo cuando Aliya entraba al recinto. Su sueño había muerto en Round Lake esa tarde.

Se detuvo unos segundos con la vista clavada en la puerta que se cerraba y se resolvió a salir con la poca dignidad que le quedaba.

Volvió sobre sus pies tan de prisa que no se dio cuenta que chocaba con alguien y ambos cayeron al suelo.

Él se apresuró a levantarla, porque era una chica, mientras preguntaba:

-¿Estas bien?

Viktoria abrió sus enormes ojos mientras decía:

-Я в порядке. Не волнуйся.

Una sonrisa sincera salió de sus labios mientras se acomodaba la coleta con ambas manos.

-До свидания. Я должен тренироваться. -Le dijo contenta y radiante mientras seguía su camino con su mochila de la federación sobre el hombro derecho.

El sol brilló sobre el rostro de Diego mientras el color regresaba a sus mejillas.

<<Siempre supe que serías tú la que arreglaría mi día, -se dijo a sí mismo mientras se daba la vuelta-. Siempre supe que serías real.>>

¿Qué su viaje había terminado? Nada de eso. No había hecho sino empezar.




Relato corto dedicado a mi buen amigo Diego Cesar Aponte.